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El Mundo de Olga y Daniel: Ernesto Sábato: la voz de muchos argentinos que no suelen hablar

El Mundo de Olga y Daniel: Ernesto Sábato: la voz de muchos argentinos que no suelen hablar

Osvaldo González Real - El talento está de su lado



Es para quien escribe estas líneas, un honor entrevistar a Osvaldo González Real. En esta página, rindo mi más emocionada admiración a un maestro “sui géneris” de la crítica literaria. En varias ocasiones he tenido la oportunidad de charlar con el escritor, poeta y crítico literario, Osvaldo González Real, y he podido comprobar que es portador de una mente iluminada.

Delfina Acosta

Sus reflexiones y sus conocimientos puntuales sobre la literatura, el arte, la política, la filosofía, la metafísica, la religión, las ciencias, la música, la naturaleza, las expresiones culturales de diferentes pueblos del planeta me han convencido de que es un erudito. En efecto, sus aptitudes intelectuales evidencian su originilidad, ya en los alegatos, en las conferencias, en los prólogos de los libros y antologías nacionales, en las tertulias, en las cátedras, en los estudios críticos sobre las obras de los maestros de la literatura. Su humildad es la ley por la que se rige su persona. Tiene memoria visual. Retiene todo cuanto lee y oye. Sean pues esta página dedicada a él y mi respeto hacia su personalidad un testimonio que encuentre eco en los lectores para que ellos estudien detenidamente su obra en colegios y universidades.
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-¿Qué función cumple la crítica en nuestro país?    
-La crítica —bien entendida— es necesaria dentro de una sociedad acostumbrada al elogio indiscriminado y a la falta de criterios estéticos para juzgar objetivamente la obra ajena. La crítica formal debe, además, estar fundada en parámetros de excelencia, originalidad y creatividad. De más está decir que los medios de comunicación no destinan rubros para pagar dicha actividad en páginas o espacios reservados para esta modalidad. Las más de las veces son colaboraciones gratuitas de escritores interesados en reseñar libros u otras obras relacionadas con la plástica, la música, el cine o el teatro. El público necesita tener una idea de la calidad de las obras que se presentan en el mercado cultural, para no consumir banalidades —como los best-seller— que son promocionadas a tambor batiente, por razones crematísticas.    

-¿A qué se debe que tus cuentos se relacionen, fundamentalmente, con la preocupación ecológica? Se dice que eres un precursor en la materia.    

-En realidad, en 1907, Rafael Barret ya escribió un cuento relacionado con un ser de 16 centímetros de altura, llamado Alberico, que hablaba una lengua desconocida y pertenecía a una raza interplanetaria cuya cuna había sido la Tierra. Así que, como ves, existen ilustres antecesores.    

En mi obra me preocupo del futuro de la humanidad y de la posibilidad de su próxima extinción a causa de la polución ambiental, de la depredación de los bosques y del peligro nuclear. La historia reciente nos hace pensar que si no se produce un cambio radical, en cuanto a los daños infligidos a la naturaleza, estamos condenados a la desaparición, en un final apocalíptico. En Otra vez Adán, relato que tiene su paralelo con la película Avatar, me refiero, especialmente, a la tala indiscriminada de árboles en esta zona del globo (el bosque Atlántico, la Amazonía, el Chaco), lo cual llevará a la destrucción del hábitat a causa de la desertificación, y la suba de la temperatura global. El cuento se sitúa en el Chaco (en un futuro no muy lejano) y se trata de la expedición que viene para cortar el “último árbol” existente en la tierra.    

-Tu poesía, ¿en qué estilo se inscribe en relación con lo que se produce en nuestro medio?    

-En mi primer poemario Memoria del Exilio (1984), escribí versos que me fueron inspirados por diversas lecturas: la cábala (y mi visita a las antiguas sinagogas de Safed), los mitos y cosmogonías indígenas (en las traducciones de Kurt Unkel), el libro profético maya de Chilam Balam (el sacerdote jaguar) y la poesía japonesa influida por el zen. Mi estadía en México —durante un año— me llevó a comprender el valor de las altas culturas mesoamericanas y a la valoración de la poesía precolombina (como la de Netzahualcoyotl). Las teorías estéticas de poetas de lengua inglesa como T. S. Eliot y Ezra Pound (estudiados en cursos universitarios de EE.UU.), influyeron en mi manera de integrar, poéticamente, los hechos banales de la tierra yerma en la que vivimos, y me impulsaron a traducir sus poemas al español. Seguí el modelo del gran poeta nicaragüense Ernesto Cardenal en cuanto a la manera de introducir esta tendencia dentro de la poesía latinoamericana. Mi estadía en Japón fue muy fructífera. Mientras estudiaba Cultura Japonesa en la Universidad Sofía de Tokio me inspiré en los antiguos poemas haiku y en el Sutra del Loto, del zen, para escribir los versos que aparecieron, en Poemasutra (2008) dedicados al maestro Yamada Koun, a quien conocí personalmente en Kamakura. El tema se refiere al Satori o Iluminación que trae la suprema sabiduría.    

Mi pasantía por el instituto Goethe de Múnich me facilitó el conocimiento de la cultura alemana, en especial la poesía de Hölderlin y de Goethe (cuyos poemas orientales me fascinaron).    

-¿Qué lugar ocupa la literatura en tu existencia?    

-La literatura es mi razón de ser. Aparte de la enseñanza y la asesoría cultural, me dedico -casi exclusivamente- a la crítica de arte y a la lectura. No dejo de reflexionar sobre la obra de autores nacionales, escribiendo prólogos y reseñas de obras de poesía y narrativa recientes. Estoy preparando una Historia -sucinta-, de la Literatura Paraguaya a publicarse próximamente. Han aparecido nuevos escritores —algunos muy jóvenes— cuya obra merece ser comentada y promocionada.    

-¿Qué escritores has estado leyendo últimamente?    

-Como siempre, releo los clásicos (Homero, Dante, Shakespeare); en cuanto a los modernos, además de Irene Nemirovsky, Clarise Lispector, Bolaño, etc., me dedico a Borges, Rulfo, Cortázar, Isidoro Blaisten, Roa Bastos, Rafael Barret, y sigue la lista.
24 de Abril de 2011

Concurso Literario Nacional “Paco Urondo” (Argentina)



Concurso Literario Nacional “Paco Urondo” (Argentina)
15 de mayo de 2011

Desde Villa María, provincia de Córdoba, el Grupo de Poetas “Paco Urondo”, lanza el presente concurso literario con el afán de promover la publicación de obras de jóvenes poetas argentinos.

Conscientes de lo difícil que resulta editar un libro cuando se es un escritor nuevo, es que, con motivos de festejar nuestro quinto año de trabajo conjunto, hemos decidido apoyar a aquellos que vienen transitando la senda de las letras, ayudándolos a construir, quizás, el peldaño más difícil, premiando al poeta ganador con la edición de un libro unipersonal.



Destinado a escritores de 18 a 30 años de edad, que residan dentro del territorio argentino.

Temática libre.
Género Poesía.



Mayor información: grupopacourondovm@yahoo.com.ar


Francisco Urondo nació en Santa Fe en 1930. Poeta, periodista, académico y militante político, Paco Urondo dio su vida lunchando por el ideal de una sociedad más justa. "No hubo abismos entre experiencia y poesía para Urondo." –dice Juan Gelman– "corregía mucho sus poemas, pero supo que el único modo verdadero que un poeta tiene de corregir su obra es corregirse a sí mismo, buscar los caminos que van del misterio de la lengua al misterio de la gente. Paco fue entendido en eso y sus poemas quedarán para siempre en el espacio enigmático del encuentro del lector con su palabra. 


Fue –es– uno de los poetas en lengua castellana que con más valor y lucidez, y menos autocomplacencia, luchó con y contra la imposibilidad de la escritura. También luchó con y contra un sistema social encarnizado en crear sufrimiento."

   Su obra poética comprende Historia antigua (1956), Breves(1959), Lugares (1961), Nombres (1963), Del otro lado (1967),Adolecer (1968) y Larga distancia (antología publicada en Madrid en 1971). Ha publicado también los libros de cuentos Todo eso(1966), Al tacto (1967); Veraneando y Sainete con variaciones(1966, teatro); Veinte años de poesía argentina (ensayo, 1968);Los pasos previos (novela, 1972), y en 1973, La patria fusilada, un libro de entrevistas sobre la masacre de Trelew del '72. 



Es autor en colaboración de los guiones cinematográficos de las películasPajarito Gómez y Noche terrible, y ha adaptado para la televisiónMadame Bovary de Flaubert, Rojo y Negro de Stendhal y Los Maïasde Eça de Queiroz. En 1968 fue nombrado Director General de Cultura de la Provincia de Santa Fe, y en 1973, Director del Departamento de Letras de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Como periodista colaboró en diversos medios del país y del extranjero, entre ellos, Primera Plana, Panorama, Crisis, La Opinión y Noticias.

   Murió en Buenos Aires en junio 1976, enfrentando a la genocida dictadura militar. "Empuñé un arma porque busco la palabra justa", dijo alguna vez.





Entre sus obras:
poesía:
prosa y teatro:
  • Todo eso (1966, cuentos)
  • Al tacto (1967, cuentos)
  • Veraneando y Sainete con variaciones(1966, teatro)
  • Veinte años de poesía argentina (1968, ensayo)
  • Los pasos previos (1972, novela)
  • La Patria fusilada (1973, entrevistas)
sin publicar:




Fuente: literatura.org

ECOPOEMA “EL SUSURRO DE LA TIERRA” – VERONICA BAEZA - CHILE‏


Con motivo de conmemorarse  el DIA DE LA TIERRAles hacemos llegar el video del ecopoema EL SUSURRO DE LA TIERRA, ganador del SEGUNDO LUGAR en el I CONCURSO MUNDIAL DE ECOPOESIA, organizado el año pasado por nuestra institución. 
Lo pueden apreciar en el siguiente enlace:
Los 100 poemas seleccionados en este concurso están en proceso de edición en el libro titulado CENTINELAS DE LA TIERRA, que será presentado en el III FESTIVAL MUNDIAL DE ECOPOESIA que se realizará del 14 al 17 de julio del 2011 en la ciudad de Tumbes – Perú.
Por sus visitas y comentarios les quedamos muy agradecidos.
POETAS UNIVA – Consejo Directivo.

Otro Génesis posible - ¿Cuál es el origen del hombre sobre la Tierra?



Un libro de Daniel Galatro sigue estando disponible en Lulu.com


Impulsado por una serie de curiosas coincidencias, el autor emprende su búsqueda personal tendiente a establecer una concepción actualizada del origen del hombre sobre la Tierra. Esta investigación lo hará vivir apasionantes experiencias conociendo personas y lugares que le irán dando pistas para llegar a los descubrimientos más inesperados. Un relato de ficción basado en información real.


http://www.lulu.com/product/file-download/otro-g%C3%A9nesis-posible/5250785

También podrás encontrar información sobre este libro en
http://otrogenesisposible.blogspot.com


Milagro en la mina


Henriquez, el pastor minero de Chile, cuenta su historia en el "Milagro en la mina".

GRAND RAPIDS, Mich., 13 de abril de 2011

Durante 69 días, 33 mineros de la mina San José de Chile fueron atrapados a 700 metros (2,300 pies) debajo de la superficie de la tierra, rodeados por más de 700,000 toneladas de roca inestable. Estuvieron atrapados bajo tierra más tiempo que ninguna otra persona en la historia, y el mundo no tuvo conocimiento de su supervivencia sino hasta 17 días después del derrumbe del 5 de agosto. Gente de todo el orbe contempló con asombro cuando el último minero chileno rescatado subió a la superficie.

Editorial Vida, la división de habla hispana de Zondervan, líder mundial en la comunicación cristiana, ha firmado un contrato editorial con José Henríquez, uno de los mineros rescatados el año pasado y conocido como “el pastor” del grupo, para escribir un libro titulado Milagro en la mina, en el que relatará su viaje espiritual hasta el momento del colapso de la mina y lo que sucedió después del heroico rescate; una fe que mantuvo vivos a los mineros.


“Estoy deseoso de compartir cómo nuestra fe en Dios me ayudó a mí y a mis amigos a sobrevivir esta experiencia —dijo Henríquez—. Aunque no me he adaptado completamente a nuestro supuesto estatus de ‘celebridad’, si escribir este libro va a ayudar a traer a otros a conocer la verdad de la Palabra de Dios, entonces mi experiencia habrá sido para bien”.

El libro resaltará aspectos del trasfondo espiritual de Henríquez y hablará de los eventos que siguieron a los 69 días que estuvo atrapado bajo tierra. Esto incluye la colaboración de Henríquez con Marcelo Leiva, un pastor bautista que desde la superficie le ayudó a crear estudios bíblicos especiales para compartir con los mineros durante su difícil experiencia. Este libro también destacará los aspectos del liderazgo espiritual que Henríquez les brindó a sus compañeros para ayudarlos a hacer uso de su fe en Dios como un medio para sobrevivir.

Editorial Vida publicará Milagro en la mina en todos los países habla hispana, mientras que Zondervan lo publicará en inglés en los Estados Unidos y Canadá. El contrato con Henríquez fue firmado en Talca, Chile, su pueblo natal, aproximadamente a 257 km (160 millas) al sur de Santiago.

“La experiencia de los mineros chilenos cautivó la atención de todo el mundo durante más de dos meses y estamos absolutamente emocionados de ayudar a contar esta asombrosa historia verdadera de fe y recuperación”, dijo Lucas Leys, editor en jefe de Vida. “La firme fe de José en Dios tuvo un papel preponderante para ayudar a estos hombres a sobrevivir esta extraordinariamente difícil experiencia y esperamos que lo que estos hombres pasaron toque el corazón de los lectores e inspire a todo el que lea su historia”, añadió Verne Kenney, VP Ejecutivo de Zondervan.

El libro será publicado en todo el mundo el 12 de octubre de 2011, fecha del aniversario del rescate, con un precio de $11.99 USD en español y $19.99 USD en inglés, con un primer tiraje de 250,000 ejemplares.

Editora Berlendis apresenta Grandes Poetas para as crianças

Postado por Elizabeth Misciasci em 15/04/2011
Imprensa Revista ZAP
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Coleção Prima Rima explora o mundo mágico da linguagem poética

Chega às livrarias, este mês, a obra A Fiança, escrita em 1798 por um dos maiores poetas da língua alemã, Friedrich Schiller. Ele se inspirou em um episódio que teria ocorrido em Siracusa, na Sicília, no século IV antes de Cristo. Com tradução integral de Juliana P. Perez e ilustrações de Jenny Brosinski, este é o segundo livro da coleção ‘Prima Rima’, da Berlendis & Vertecchia Editores.
Rimas, trocadilhos e metáforas são alguns recursos estéticos da obra que retrata a tragédia vivida pelo herói Dâmon. Capturado e condenado à morte ao tentar livrar sua cidade do tirano Dionísio, Dâmon negocia com o rei alguns dias para casar a irmã antes de ser executado, e deixa como fiança seu amigo Fíntias para morrer em seu lugar caso não volte no prazo estabelecido. Schiller, por meio das tragédias da vida, transmite ao leitor a supremacia da moral sobre o egoísmo. Assim a amizade entre o herói e Fíntias é colocada à prova.
Enriquecido com ilustrações fascinantes, o livro desperta a atenção do pequeno leitor e o faz conhecer o rico vocabulário da língua portuguesa, além de trazer a versão original do poema, em alemão, reproduzido bilíngue na íntegra ao final do livro. A cuidadosa tradução preserva o esquema métrico e as rimas, vertendo a balada para uma linguagem fluente e atual, mas sem perder a fidelidade com relação ao original.
Segundo o editor Bruno Berlendis, “a coleção ‘Prima Rima’ apresenta a poesia em suas diversas formas, como baladas e sonetos, entre outras, e alia ao rigor formal e estético um ‘enredo’ atraente para o público infantil. Esta é uma forma divertida de o jovem leitor iniciar-se nesse rico universo por meio do contato com alguns de seus mais ilustres autores”, explica o editor.
- "As crianças gostam muito de poesia, mas é importante que elas ganhem repertório, para poder entender por si mesmas que não basta apenas a rima para se fazer poesia. É possível dizer que é próprio da criança criar usos inusitados, não descritivos da palavra, jogando uma contra a outra e assim por diante – algo bastante próximo da riqueza da linguagem poética, afinal", afirma Berlendis.
De acordo com o editor, as ilustrações das obras infantis têm suma importância, cada uma com uma função diferente, conforme a proposta e a maneira como elas se encaixam ao texto. “No caso de ‘A fiança’, as ilustrações sugerem imagens que, também no poema, não estão tão evidentes numa primeira leitura. Há uma parcialidade, um recorte que lembra o recorte poético – só enxergamos o quadro completo depois de terminada à leitura”, finaliza.

Sobre o autor
Johann Christoph Friedrich von Schiller (*1759, Marbach –1805, Weimar) é um dos mais importantes poetas da língua alemã. Sua amizade com Goethe inspirou a redação de alguns de seus poemas e dramas mais belos. Em 1797, ano que ficou conhecido como Balladenjahr (‘ano das baladas’), a frutífera colaboração entre os dois poetas deu origem a um grande número de criações nessa forma poética que se inspira na canção popular e que incorpora elementos narrativos. Alguns dos mais notáveis poemas de Schiller pertecem a esse período, como ‘O mergulhador’ [Der Taucher], ‘Os grous de Ibisco’ [Die Kraniche des Ibyskus], ‘O anel de Polícrates’ [Der Ring des Polykrates] e ‘A luva’ [Der Handschuh]. A capacidade de criação de Schiller permaneceu inabalável mesmo durante a grave doença pulmonar que acabou por levá-lo à morte em 28 de abril de 1805.
O poema ‘A fiança’ foi escrito em agosto de 1798 e publicado pela primeira vez no ano seguinte no Almanaque das Musas [Musen-Almanach], revista que Schiller editou de 1794 a 1800. O autor inspirou-se num episódio que teria ocorrido na ilha italiana da Sicília, no século IV antes de Cristo. Segundo esse relato, o tirano Dionísio coloca à prova a amizade entre Dâmon e Fíntias. Em sua balada, Schiller utiliza elementos de diferentes versões da história e a enriquece com novos recursos.

Sobre a ilustradora
Jenny Brosinski nasceu na cidade de Celle, na Alemanha, e estudou desenho na Escola Superior de Hamburgo. Também estudou ilustração na École Supérieure des Arts Décoratifs [Escola Superior de Artes Decorativas] de Estrasburgo, com uma bolsa do Office Franco-Allemand pour La Jeunesse [Escritório Franco-Alemão para a juventude]. Em seguida, estudou desenho e escultura na Escola Superior de Artes de Berlim.
Além de livros de arte e infantis, Jenny Brosinski desenha e pinta temas livres e produz gravuras em grandes formatos. Seus desenhos foram expostos no Slon Du Livre de Jeunesse [Salão do Livro da Juventude], em Paris, entre outros lugares. Hoje, a artista vive em Berlim.

Sobre a tradutora
Juliana P. Perez é tradutora e professora de literatura alemã na Universidade de São Paulo (USP). É autora de artigos sobre Rainer Maria Rilke, Kafka, Octavio Paz, Bruno Tolentino, Elza Lasker-Schüller, entre outros, e do livro Offene Gedichte (“Poesias abertas”), sobre o poeta Paul Celan.

Ficha técnica:
Organizador da coleção e editor: Bruno Berlendis

Argentina: Genoma de la Cultura es invitada a participar de la Feria del Libro

Una noticia que llena de satisfacción a sus responsables, a toda la ciudad de Funes y a nosotros que nos consideramos sus amigos:

La revista GENOMA DE LA CULTURA ha sido invitada por la Secretaría de Cultura de la Nación, sección revistas culturales argentinas, a estar presente en el stand de REVISTAS CULTURALES ARGENTINAS en la FERIA DEL LIBRO DE BUENOS AIRES.

Firma la invitación:
María Iribarren - Dirección Nacional de Industrias Culturales
Secretaría de Cultura - Presidencia de la Nación

Para contactarse con los editores de la revista:
librerialacultura@gmail.com

Fernando Lalana, escritor - Una entrevista en Eroski Consumer

Fernando Lalana

Sincero y directo. Así es Fernando Lalana en sus obras y en sus respuestas. Fue actor aficionado y ha escrito una decena de obras de teatro, "pero siempre por encargo". La literatura juvenil es más rentable y él quería ser escritor. Aún así, le han propuesto escribir sobre vampiros y ha rechazado la oferta porque considera que la ficción, que no la fantasía, "es la literatura por excelencia". Cree que todas las historias ya están escritas y, por lo tanto, solo se puede aspirar a darles una nueva vuelta de tuerca. En tiempos de crisis lamenta que ésta atenace a las editoriales y desmiente que se lea menos porque el precio de los libros sea alto. "El acceso a la cultura no depende en absoluto del coste, es una cuestión de prioridades". Por si acaso, algunas de sus obras se pueden leer en la Red de forma gratuita -por tiempo limitado, eso sí- y ha desvelado la fórmula para enganchar. "Hay que escribir buenas historias, atractivas, divertidas, interesantes y sorprendentes". La crítica le ha reconocido que no se equivoca demasiado. Entre los numerosos galardones que ha recibido destacan el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil (1991) y el Premio Cervantes Chico (2010), en reconocimiento a su trayectoria literaria.


-Ha escrito más de cien libros, ¿cómo ha conseguido no repetir argumento?
Es fácil. La capacidad de imaginar se estimula con el uso. Cuantas más ideas tienes, más ideas se te ocurren.

-¿Nunca ha sufrido el temido "miedo a la página en blanco" que parece acechar a los creadores?
Considero que es un bulo inventado por quienes escriben sin ser realmente escritores. El escritor de verdad prepara primero los libros con sumo cuidado y, cuando se sienta a escribir, ya sabe todo lo que que quiere contar. Es imposible quedarse en blanco.

-¿Usted sigue una rutina al escribir?
Yo no escribo todos los días, aunque procuro que me apetezca a menudo y tengo preferencia por escribir de noche. Cuando inicio un nuevo libro, me marco una fecha aproximada de finalización y trato de cumplir conmigo mismo.

-Asegura que la crisis atenaza a las editoriales. ¿No son buenos momentos para dedicarse a la literatura o es la ocasión perfecta para innovar?
Ha habido pocos buenos momentos en España en los últimos cincuenta años para dedicarse a la literatura. En nuestro país siempre se ha leído poco y se ha publicado en exceso. La mayoría de nuestros escritores no son profesionales de la literatura, sino que viven de otro trabajo más estable. Innovar siempre es bueno y, ante la escasez de lectores actual, hay quien piensa que la solución está en ofrecer nuevos soportes, pero creo que lo importante es el contenido. Hay que escribir buenas historias, atractivas, divertidas, interesantes y sorprendentes. No creo que los lectores acepten leer lo contrario solo porque se lo ofrezcamos en un soporte más moderno.

-¿Las sagas son un medio para enganchar y mantener las ventas?
Las sagas tienen una tradición literaria muy antigua, sobre todo en ciertos géneros. Pero me refiero a sagas: series de novelas que se pueden leer, y comprar, de modo independiente, con los mismos personajes protagonistas. Ahí no entran las trilogías y similares, historias interminables que continúan en varios tomos. Para saber cómo termina un libro, has de comprar el siguiente. Si la obra no tiene el éxito que la editorial esperaba, incluso quizá no se publique la continuación y te quedes sin saber el final.

-Algunos de sus libros están al alcance de todos los lectores. Se pueden descargar de modo gratuito y por tiempo limitado en su página web. ¿El acceso a la cultura depende demasiado del coste?
No depende en absoluto del coste, es una cuestión de prioridades. Objetivamente, los libros son el ocio más barato, en relación con el tiempo de disfrute que proporcionan. Para leer gratis, siempre hemos tenido la opción de las bibliotecas públicas. Decir que los libros son caros es una mala excusa de quienes no quieren leer. Si los libros costasen la mitad de su precio actual, el número de lectores sería el mismo.

-¿Bibliotecas y librerías no son entonces enemigos?
Yo creo que hay lectores de biblioteca pública y lectores que prefieren hacer su propia biblioteca y, por tanto, compran libros de vez en cuando. Ambos tipos de lectores me merecen la misma gratitud y respeto. No considero que la crisis haya cambiado sustancialmente las costumbres de unos y otros.

-¿Ha caído en la tentación de escribir sobre vampiros o se lo han propuesto?
Yo no leo ni escribo fantasía, sino ficción, que para mí es la literatura por excelencia. Desde hace varios años el género fantástico está de moda, pero la moda pasará y volverá lo que nunca se ha ido: historias que no han ocurrido, pero que podrían suceder. Una editorial me propuso escribir de vampiros y les dije que no de muy malos modos.

-¿La literatura infantil y juvenil es un nuevo filón?
Fue un nuevo filón, un invento de las editoriales que llegó a España hace unos treinta años. Cuando yo era adolescente, se vendían cuentos infantiles, la mayoría adaptaciones de clásicos, y libros de literatura general. Los pocos lectores jóvenes de entonces rebuscábamos en las bibliotecas para encontrar obras literarias asequibles a nuestra edad, pero no había colecciones con obras editadas y seleccionadas para los adolescentes.

-¿Qué diferencia un cuento para niños de una novela para jóvenes?
La literatura infantil, los cuentos, es un género literario independiente, con sus características propias, condicionadas por la carencias y los gustos de los niños. Requiere una determinada técnica y destreza del escritor. La novela juvenil, tal como yo la entiendo, es una mera clasificación comercial. No hay nada sustancial, literario, que diferencie a la literatura juvenil de la literatura general. Una novela juvenil es una novela para adultos que, además, resulta atractiva y asequible también para adolescentes.

-¿Qué debe tener un libro de literatura juvenil para triunfar?
Sorpresas. Hay que sorprender al lector con aquello que no esperaba, que no imaginaba, que nunca antes había encontrado. De un lector adulto y formado se puede esperar que disfrute solo con la belleza de la palabra, con la exquisitez de la prosa. Pero a un joven de trece años hay que dejarle con la boca abierta en cada página o, al menos, intentarlo.

-¿Cómo consigue estar al día de los gustos literarios de los jóvenes?
Yo escribo siempre sobre lo que me gusta a mí. Escribo para mí. Hay cosas que siempre funcionan, como la aventura, el misterio, el miedo, la amistad, el amor o el heroísmo. Mi fuente de inspiración es la de la mayoría de los escritores: los libros de otros. Todas las historias ya están escritas, de un modo u otro. Solo se puede aspirar a darles una nueva vuelta de tuerca.

-¿Los padres deben elegir las primeras lecturas de sus hijos o hay que dejar que ellos mismos descubran sus gustos?
Como en todo, hay que darles a probar para que ellos decidan qué les gusta más y qué menos, hasta que adquieran un criterio propio.

-En alguna ocasión, también le han reconocido el buen hacer en el teatro. ¿Se ha planteado orientar su carrera hacia este género?
Empecé a hacer teatro mucho antes que a publicar libros, pero mi primer premio, el Gran Angular por el libro "El Zulo", inclinó la balanza por la literatura. El teatro se convirtió entonces en mi gran afición durante más de veinte años. Como autor he escrito nueve o diez obras, de las cuales cinco se convirtieron en libros con posterioridad a su estreno, pero vivir de escribir teatro, que me habría gustado mucho, es bastante más difícil que vivir de la literatura juvenil.

-¿Cuánto lee un escritor?
Yo, por lo menos, leo bastante. No tanto como me gustaría, pero un libro por semana es lo mínimo. A escribir se aprende leyendo y, cuando ya se domina el oficio, hay que seguir leyendo porque es la manera de alimentar la cabeza, de poner en marcha el cerebro.

-Uno de sus libros más conocidos, "Morirás en Charafinas", se adaptó al cine, ¿es adecuada esta práctica para atraer a los lectores?
El número de obras literarias que se adaptan al cine es ínfimo en comparación con todo lo que se publica, así que producir películas para aumentar el número de lectores me parecería poco razonable. Pero lo cierto es que, en general, el interés del público por los libros que se llevan a la pantalla se multiplica enormemente y sus ventas se disparan.

-Es aficionado a las plumas estilográficas, ¿le puedo imaginar escribiendo sus libros con una?
Descubrí las bondades de escribir con pluma cuando tuve que enfrentarme a largas sesiones de dedicatorias en mis primeros libros. Desde hace más de veinte años, todo lo que escribo a mano, lo escribo con pluma, pero los originales los trabajo desde hace un cuarto de siglo en la pantalla del ordenador.

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"Por el amor de madre" - Poema de Julio Espinoza - y una distinción



POR EL AMOR DE MADRE


Por mi ella vivió, esa mujer que mi vida dio
Esa maldita enfermedad de dolor me envolvió
Me la quiere quitar, no lo puedo soportar
Ella que con sus brazos me cuidó, en su regazo me acunó
de besos me alimentó, ¡todo su amor me dio!
No quiero imaginar que esa cruel enfermedad
sin importarle la edad, el amor de madre
me lo quiere quitar...

Mis venas corté, la sangre se derramó
con mis lágrimas se mezcló
Por esa unión, el amor de madre
el ángel de la muerte me quiso llevar

Aún no puedo despertar, el amor de madre
en mi mente y corazon viviendo está
Me dicen que ella descansa en paz
pero sé que no es verdad, porque la maldad
de esa enfermedad, no sabe que el amor de madre
vive por la eternidad.
 
JULIO ESPINOZA
Salta - Argentina
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CENTRO DE ESTUDIOS POETICOS

C/Puenteáreas 1-28002-Madrid--Espana
Pagina web: http://www.centropoetico.com/
Fax 34915630764
Correo electronico: autorizaciones@centropoetico.com

8 de Abril de 2011

Don Julio Rafael Espinoza
Barrio San Jorge Av.Pacara esq. Las Tipas
El Carril
4400 Salta - Argentina

Estimado Julio Rafael:
Despues de leer y estudiar su poema, el Comite de Seleccion lo ha catalogado en nuestro concurso, Vivo Sin Vivir en Mí, como semifinalista. El jurado está trabajando y esperamos conocer el poema ganador a finales de Abril.
Como semifinalista tendrá usted la oportunidad de ganar el premio de 150 Euros en efectivo. Le deseamos mucha suerte. El poema ganador se publicará en la página web.

CENTRO DE ESTUDIOS POETICOS

Claudia Búrk presentó su novela en Barcelona


Claudia Bürk presentó su novela "Las nueve ventanas de Jeanne Bardèot" en Barcelona el pasado día 6 de abril.
Expresó que no esperaba a tantas personas y fue quizás el día más emotivo de su vida.
Un fragmento de la novela fue leído por parte de la actriz Rox Martínez.
Se preveen próximas presentaciones en la biblioteca de Cunit y librerías de Vilanova i la Geltrú. Luego firmará libros en dos lugares el día de Sant Jordi en Barcelona, y el día 4 de mayo habrá presentación en el Corte Inglés de Barcelona.
Aquí nos envía los enlaces a los vídeos con partes de la presentación (Rubén García Cebollero, Roberto Hernaiz y Claudia Bürk) y con la actuación de Iris, bailarina de ballet.
Hubo incienso, velas, arte, cava y misticismo. ¡Mejor no pudieron estar!

Baile de ballet

http://www.youtube.com/watch?v=t9GVWqnLV2Q

Presentación y charla:
Parte1
http://www.youtube.com/watch?v=ovc5tuTVctk

Presentación y charla:
Parte2
http://www.youtube.com/watch?v=Dh2GJugZX1U

Claudia Bürk
http://www.claudiaburkfalcon.blogspot.com/
http://www.claudiaburk.com/

Bartleby - de Herman Melville - fragmento del comienzo

Herman Melville

Soy un hombre de cierta edad. En los últimos treinta años, mis actividades me han puesto en íntimo contacto con un gremio interesante y hasta singular, del cual, entiendo, nada se ha escrito hasta ahora: el de los amanuenses o copistas judiciales. He conocido a muchos, profesional y particularmente, y podría referir diversas historias que harían sonreír a los señores benévolos y llorar a las almas sentimentales. Pero a las biografías de todos los amanuenses prefiero algunos episodios de la vida de Bartleby, que era uno de ellos, el más extraño que yo he visto o de quien tenga noticia. De otros copistas yo podría escribir biografías completas; nada semejante puede hacerse con Bartleby. No hay material suficiente para una plena y satisfactoria biografía de este hombre. Es una pérdida irreparable para la literatura. Bartleby era uno de esos seres de quienes nada es indagable, salvo en las fuentes originales: en este caso, exiguas. De Bartleby no sé otra cosa que la que vieron mis asombrados ojos, salvo un nebuloso rumor que figurará en el epílogo.

Cuento completo en:
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/melville/bartleby.htm

CHICOANA - un relato de Julio Espinoza


Chico-ana, pedacito de cielo escondido, tierra de alma gaucha, de Salta la linda eres, donde el espíritu de su gente, poetas de amor y canto, surcan los campos de trigo y tabaco, pan para sus hijos.

Chico-ana, donde no hay lugar en la mente de su gente para platillos voladores de ciencia ficción, sólo hay lugar en el corazón para la danza y la tradición.

Chico-ana, tierra gaucha, arraigada a la Madre tierra, al arado y a Dios.

Pero un día, un día de octubre, cuando la lluvia aún no llegaba, llegó desde muy lejos, de lo alto del cielo y en una visita relámpago, dejando en los campos trigales su huella de símbolos de amistad y misterio.

Nos trajo su danza,un espectáculo sorprendente de luces y colores. Las luces de colores eran burbujas de cristal, esferas transparentes que danzando destellan su magia, coloreando nuestra mente de imaginacíón y admiración, donde el arco iris sin color por un minuto quedó.

De la nave visitante en el aire estacionada, se desprendieron grupos de danzarines, burbujas de colores que en la oscuridad de la noche silenciosa, su magia en el pueblo sellada dejó. Y al amanecer, Chico-ana, pedacito de cielo escondido, descubierto al mundo entero quedó....

Julio Espinoza

Para poetisas de cualquier nacionalidad, inéditas en libro

XXIV Premio “Voces Nuevas” de Poesía (2011)


28 de febrero de 2011

Podrán concurrir al mismo poetisas de cualquier nacionalidad, inéditas en libro, que sean suscriptoras de la “Colección Torremozas” o de “La Divina Tula” antes del 28 de febrero de 2011, con poemas escritos en lengua castellana no premiados anteriormente en ningún otro concurso.

Mayor información:
Ediciones Torremozas,
Apartado 19032,
28080 Madrid (España).
Telf. 91 3590315
Web: http://www.torremozas.com/
E-mail: ediciones@torremozas.com

Conoce los servicios de Letralia para los escritores de habla hispana:

http://www.letralia.com/servicios/profesionales.htm

ELOGIO DE LA LECTURA Y LA FICCIÓN - Mario Vargas Llosa

ELOGIO DE LA LECTURA Y LA FICCIÓN

Mario Vargas Llosa

Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de la Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida. Casi setenta años después recuerdo con nitidez cómo esa magia, traducir las palabras de los libros en imágenes, enriqueció mi vida, rompiendo las barreras del tiempo y del espacio y permitiéndome viajar con el capitán Nemo veinte mil leguas de viaje submarino, luchar junto a d'Artagnan, Athos, Portos y Aramís contra las intrigas que amenazan a la Reina en los tiempos del sinuoso Richelieu, o arrastrarme por las entrañas de París, convertido en Jean Valjean, con el cuerpo inerte de Marius a cuestas.

La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponía al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura. Mi madre me contó que las primeras cosas que escribí fueron continuaciones de las historias que leía pues me apenaba que se terminaran o quería enmendarles el final. Y acaso sea eso lo que me he pasado la vida haciendo sin saberlo: prolongando en el tiempo, mientras crecía, maduraba y envejecía, las historias que llenaron mi infancia de exaltación y de aventuras.

Me gustaría que mi madre estuviera aquí, ella que solía emocionarse y llorar leyendo los poemas de Amado Nervo y de Pablo Neruda, y también el abuelo Pedro, de gran nariz y calva reluciente, que celebraba mis versos, y el tío Lucho que tanto me animó a volcarme en cuerpo y alma a escribir aunque la literatura, en aquel tiempo y lugar, alimentara tan mal a sus cultores. Toda la vida he tenido a mi lado gentes así, que me querían y alentaban, y me contagiaban su fe cuando dudaba. Gracias a ellos y, sin duda, también, a mi terquedad y algo de suerte, he podido dedicar buena parte de mi tiempo a esta pasión, vicio y maravilla que es escribir, crear una vida paralela donde refugiarnos contra la adversidad, que vuelve natural lo extraordinario y extraordinario lo natural, disipa el caos, embellece lo feo, eterniza el instante y torna la muerte un espectáculo pasajero.

No era fácil escribir historias. Al volverse palabras, los proyectos se marchitaban en el papel y las ideas e imágenes desfallecían. ¿Cómo reanimarlos? Por fortuna, allí estaban los maestros para aprender de ellos y seguir su ejemplo. Flaubert me enseñó que el talento es una disciplina tenaz y una larga paciencia. Faulkner, que es la forma -la escritura y la estructura- lo que engrandece o empobrece los temas. Martorell, Cervantes, Dickens, Balzac, Tolstoi, Conrad, Thomas Mann, que el número y la ambición son tan importantes en una novela como la destreza estilística y la estrategia narrativa. Sartre, que las palabras son actos y que una novela, una obra de teatro, un ensayo, comprometidos con la actualidad y las mejores opciones, pueden cambiar el curso de la historia. Camus y Orwell, que una literatura desprovista de moral es inhumana y Malraux que el heroísmo y la épica cabían en la actualidad tanto como en el tiempo de los argonautas, la Odisea y la Ilíada.

Si convocara en este discurso a todos los escritores a los que debo algo o mucho sus sombras nos sumirían en la oscuridad. Son innumerables. Además de revelarme los secretos del oficio de contar, me hicieron explorar los abismos de lo humano, admirar sus hazañas y horrorizarme con sus desvaríos. Fueron los amigos más serviciales, los animadores de mi vocación, en cuyos libros descubrí que, aun en las peores circunstancias, hay esperanzas y que vale la pena vivir, aunque fuera sólo porque sin la vida no podríamos leer ni fantasear historias.

Algunas veces me pregunté si en países como el mío, con escasos lectores y tantos pobres, analfabetos e injusticias, donde la cultura era privilegio de tan pocos, escribir no era un lujo solipsista. Pero estas dudas nunca asfixiaron mi vocación y seguí siempre escribiendo, incluso en aquellos períodos en que los trabajos alimenticios absorbían casi todo mi tiempo. Creo que hice lo justo, pues, si para que la literatura florezca en una sociedad fuera requisito alcanzar primero la alta cultura, la libertad, la prosperidad y la justicia, ella no hubiera existido nunca. Por el contrario, gracias a la literatura, a las conciencias que formó, a los deseos y anhelos que inspiró, al desencanto de lo real con que volvemos del viaje a una bella fantasía, la civilización es ahora menos cruel que cuando los contadores de cuentos comenzaron a humanizar la vida con sus fábulas. Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos, más conformistas, menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico, motor del progreso, ni siquiera existiría. Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida. Quien busca en la ficción lo que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la condición humana, y que debería ser mejor. Inventamos las ficciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola.

Sin las ficciones seríamos menos conscientes de la importancia de la libertad para que la vida sea vivible y del infierno en que se convierte cuando es conculcada por un tirano, una ideología o una religión. Quienes dudan de que la literatura, además de sumirnos en el sueño de la belleza y la felicidad, nos alerta contra toda forma de opresión, pregúntense por qué todos los regímenes empeñados en controlar la conducta de los ciudadanos de la cuna a la tumba, la temen tanto que establecen sistemas de censura para reprimirla y vigilan con tanta suspicacia a los escritores independientes. Lo hacen porque saben el riesgo que corren dejando que la imaginación discurra por los libros, lo sediciosas que se vuelven las ficciones cuando el lector coteja la libertad que las hace posibles y que en ellas se ejerce, con el oscurantismo y el miedo que lo acechan en el mundo real. Lo quieran o no, lo sepan o no, los fabuladores, al inventar historias, propagan la insatisfacción, mostrando que el mundo está mal hecho, que la vida de la fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana. Esa comprobación, si echa raíces en la sensibilidad y la conciencia, vuelve a los ciudadanos más difíciles de manipular, de aceptar las mentiras de quienes quisieran hacerles creer que, entre barrotes, inquisidores y carceleros viven más seguros y mejor. La buena literatura tiende puentes entre gentes distintas y, haciéndonos gozar, sufrir o sorprendernos, nos une por debajo de las lenguas, creencias, usos, costumbres y prejuicios que nos separan. Cuando la gran ballena blanca sepulta al capitán Ahab en el mar, se encoge el corazón de los lectores idénticamente en Tokio, Lima o Tombuctú. Cuando Emma Bovary se traga el arsénico, Anna Karenina se arroja al tren y Julien Sorel sube al patíbulo, y cuando, en El Sur, el urbano doctor Juan Dahlmann sale de aquella pulpería de la pampa a enfrentarse al cuchillo de un matón, o advertimos que todos los pobladores de Comala, el pueblo de Pedro Páramo, están muertos, el estremecimiento es semejante en el lector que adora a Buda, Confucio, Cristo, Alá o es un agnóstico, vista saco y corbata, chilaba, kimono o bombachas. La literatura crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que erigen entre hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez.

Como todas las épocas han tenido sus espantos, la nuestra es la de los fanáticos, la de los terroristas suicidas, antigua especie convencida de que matando se gana el paraíso, que la sangre de los inocentes lava las afrentas colectivas, corrige las injusticias e impone la verdad sobre las falsas creencias. Innumerables víctimas son inmoladas cada día en diversos lugares del mundo por quienes se sienten poseedores de verdades absolutas. Creíamos que, con el desplome de los imperios totalitarios, la convivencia, la paz, el pluralismo, los derechos humanos, se impondrían y el mundo dejaría atrás los holocaustos, genocidios, invasiones y guerras de exterminio. Nada de eso ha ocurrido. Nuevas formas de barbarie proliferan atizadas por el fanatismo y, con la multiplicación de armas de destrucción masiva, no se puede excluir que cualquier grupúsculo de enloquecidos redentores provoque un día un cataclismo nuclear. Hay que salirles al paso, enfrentarlos y derrotarlos. No son muchos, aunque el estruendo de sus crímenes retumbe por todo el planeta y nos abrumen de horror las pesadillas que provocan. No debemos dejarnos intimidar por quienes quisieran arrebatarnos la libertad que hemos ido conquistando en la larga hazaña de la civilización. Defendamos la democracia liberal, que, con todas sus limitaciones, sigue significando el pluralismo político, la convivencia, la tolerancia, los derechos humanos, el respeto a la crítica, la legalidad, las elecciones libres, la alternancia en el poder, todo aquello que nos ha ido sacando de la vida feral y acercándonos -aunque nunca llegaremos a alcanzarla- a la hermosa y perfecta vida que finge la literatura, aquella que sólo inventándola, escribiéndola y leyéndola podemos merecer. Enfrentándonos a los fanáticos homicidas defendemos nuestro derecho a soñar y a hacer nuestros sueños realidad.

En mi juventud, como muchos escritores de mi generación, fui marxista y creí que el socialismo sería el remedio para la explotación y las injusticias sociales que arreciaban en mi país, América Latina y el resto del Tercer Mundo. Mi decepción del estatismo y el colectivismo y mi tránsito hacia el demócrata y el liberal que soy -que trato de ser- fue largo, difícil, y se llevó a cabo despacio y a raíz de episodios como la conversión de la Revolución Cubana, que me había entusiasmado al principio, al modelo autoritario y vertical de la Unión Soviética, el testimonio de los disidentes que conseguía escurrirse entre las alambradas del Gulag, la invasión de Checoslovaquia por los países del Pacto de Varsovia, y gracias a pensadores como Raymond Aron, Jean-François Rével, Isaiah Berlin y Karl Popper, a quienes debo mi revalorización de la cultura democrática y de las sociedades abiertas. Esos maestros fueron un ejemplo de lucidez y gallardía cuando la intelligentsia de Occidente parecía, por frivolidad u oportunismo, haber sucumbido al hechizo del socialismo soviético, o, peor todavía, al aquelarre sanguinario de la revolución cultural china.

De niño soñaba con llegar algún día a París porque, deslumbrado con la literatura francesa, creía que vivir allí y respirar el aire que respiraron Balzac, Stendhal, Baudelaire, Proust, me ayudaría a convertirme en un verdadero escritor, que si no salía del Perú sólo sería un seudo escritor de días domingos y feriados. Y la verdad es que debo a Francia, a la cultura francesa, enseñanzas inolvidables, como que la literatura es tanto una vocación como una disciplina, un trabajo y una terquedad. Viví allí cuando Sartre y Camus estaban vivos y escribiendo, en los años de Ionesco, Beckett, Bataille y Cioran, del descubrimiento del teatro de Brecht y el cine de Ingmar Bergman, el TNP de Jean Vilar y el Odeón de Jean Louis Barrault, de la Nouvelle Vague y le Nouveau Roman y los discursos, bellísimas piezas literarias, de André Malraux, y, tal vez, el espectáculo más teatral de la Europa de aquel tiempo, las conferencias de prensa y los truenos olímpicos del general De Gaulle. Pero, acaso, lo que más le agradezco a Francia sea el descubrimiento de América Latina. Allí aprendí que el Perú era parte de una vasta comunidad a la que hermanaban la historia, la geografía, la problemática social y política, una cierta manera de ser y la sabrosa lengua en que hablaba y escribía. Y que en esos mismos años producía una literatura novedosa y pujante. Allí leí a Borges, a Octavio Paz, Cortázar, García Márquez, Fuentes, Cabrera Infante, Rulfo, Onetti, Carpentier, Edwards, Donoso y muchos otros, cuyos escritos estaban revolucionando la narrativa en lengua española y gracias a los cuales Europa y buena parte del mundo descubrían que América Latina no era sólo el continente de los golpes de Estado, los caudillos de opereta, los guerrilleros barbudos y las maracas del mambo y el chachachá, sino también ideas, formas artísticas y fantasías literarias que trascendían lo pintoresco y hablaban un lenguaje universal.

De entonces a esta época, no sin tropiezos y resbalones, América Latina ha ido progresando, aunque, como decía el verso de César Vallejo, todavía Hay, hermanos, muchísimo que hacer. Padecemos menos dictaduras que antaño, sólo Cuba y su candidata a secundarla, Venezuela, y algunas seudo democracias populistas y payasas, como las de Bolivia y Nicaragua. Pero en el resto del continente, mal que mal, la democracia está funcionando, apoyada en amplios consensos populares, y, por primera vez en nuestra historia, tenemos una izquierda y una derecha que, como en Brasil, Chile, Uruguay, Perú, Colombia, República Dominicana, México y casi todo Centroamérica, respetan la legalidad, la libertad de crítica, las elecciones y la renovación en el poder. Ése es el buen camino y, si persevera en él, combate la insidiosa corrupción y sigue integrándose al mundo, América Latina dejará por fin de ser el continente del futuro y pasará a serlo del presente.

Nunca me he sentido un extranjero en Europa, ni, en verdad, en ninguna parte. En todos los lugares donde he vivido, en París, en Londres, en Barcelona, en Madrid, en Berlín, en Washington, Nueva York, Brasil o la República Dominicana, me sentí en mi casa. Siempre he hallado una querencia donde podía vivir en paz y trabajando, aprender cosas, alentar ilusiones, encontrar amigos, buenas lecturas y temas para escribir. No me parece que haberme convertido, sin proponérmelo, en un ciudadano del mundo, haya debilitado eso que llaman "las raíces", mis vínculos con mi propio país -lo que tampoco tendría mucha importancia-, porque, si así fuera, las experiencias peruanas no seguirían alimentándome como escritor y no asomarían siempre en mis historias, aun cuando éstas parezcan ocurrir muy lejos del Perú. Creo que vivir tanto tiempo fuera del país donde nací ha fortalecido más bien aquellos vínculos, añadiéndoles una perspectiva más lúcida, y la nostalgia, que sabe diferenciar lo adjetivo y lo sustancial y mantiene reverberando los recuerdos. El amor al país en que uno nació no puede ser obligatorio, sino, al igual que cualquier otro amor, un movimiento espontáneo del corazón, como el que une a los amantes, a padres e hijos, a los amigos entre sí.

Al Perú yo lo llevo en las entrañas porque en él nací, crecí, me formé, y viví aquellas experiencias de niñez y juventud que modelaron mi personalidad, fraguaron mi vocación, y porque allí amé, odié, gocé, sufrí y soñé. Lo que en él ocurre me afecta más, me conmueve y exaspera más que lo que sucede en otras partes. No lo he buscado ni me lo he impuesto, simplemente es así. Algunos compatriotas me acusaron de traidor y estuve a punto de perder la ciudadanía cuando, durante la última dictadura, pedí a los gobiernos democráticos del mundo que penalizaran al régimen con sanciones diplomáticas y económicas, como lo he hecho siempre con todas las dictaduras, de cualquier índole, la de Pinochet, la de Fidel Castro, la de los talibanes en Afganistán, la de los imanes de Irán, la del apartheid de África del Sur, la de los sátrapas uniformados de Birmania (hoy Myanmar). Y lo volvería a hacer mañana si -el destino no lo quiera y los peruanos no lo permitan- el Perú fuera víctima una vez más de un golpe de Estado que aniquilara nuestra frágil democracia. Aquella no fue la acción precipitada y pasional de un resentido, como escribieron algunos polígrafos acostumbrados a juzgar a los demás desde su propia pequeñez. Fue un acto coherente con mi convicción de que una dictadura representa el mal absoluto para un país, una fuente de brutalidad y corrupción y de heridas profundas que tardan mucho en cerrar, envenenan su futuro y crean hábitos y prácticas malsanas que se prolongan a lo largo de las generaciones demorando la reconstrucción democrática. Por eso, las dictaduras deben ser combatidas sin contemplaciones, por todos los medios a nuestro alcance, incluidas las sanciones económicas. Es lamentable que los gobiernos democráticos, en vez de dar el ejemplo, solidarizándose con quienes, como las Damas de Blanco en Cuba, los resistentes venezolanos, o Aung San Suu Kyi y Liu Xiaobo, que se enfrentan con temeridad a las dictaduras que sufren, se muestren a menudo complacientes no con ellos sino con sus verdugos. Aquellos valientes, luchando por su libertad, también luchan por la nuestra.

Un compatriota mío, José María Arguedas, llamó al Perú el país de "todas las sangres". No creo que haya fórmula que lo defina mejor. Eso somos y eso llevamos dentro todos los peruanos, nos guste o no: una suma de tradiciones, razas, creencias y culturas procedentes de los cuatro puntos cardinales. A mí me enorgullece sentirme heredero de las culturas prehispánicas que fabricaron los tejidos y mantos de plumas de Nazca y Paracas y los ceramios mochicas o incas que se exhiben en los mejores museos del mundo, de los constructores de Machu Picchu, el Gran Chimú, Chan Chan, Kuelap, Sipán, las huacas de La Bruja y del Sol y de la Luna, y de los españoles que, con sus alforjas, espadas y caballos, trajeron al Perú a Grecia, Roma, la tradición judeo-cristiana, el Renacimiento, Cervantes, Quevedo y Góngora, y a la lengua recia de Castilla que los Andes dulcificaron. Y de que con España llegara también el África con su reciedumbre, su música y su efervescente imaginación a enriquecer la heterogeneidad peruana. Si escarbamos un poco descubrimos que el Perú, como el Aleph de Borges, es en pequeño formato el mundo entero. ¡Qué extraordinario privilegio el de un país que no tiene una identidad porque las tiene todas!

La conquista de América fue cruel y violenta, como todas las conquistas, desde luego, y debemos criticarla, pero sin olvidar, al hacerlo, que quienes cometieron aquellos despojos y crímenes fueron, en gran número, nuestros bisabuelos y tatarabuelos, los españoles que fueron a América y allí se acriollaron, no los que se quedaron en su tierra. Aquellas críticas, para ser justas, deben ser una autocrítica. Porque, al independizarnos de España, hace doscientos años, quienes asumieron el poder en las antiguas colonias, en vez de redimir al indio y hacerle justicia por los antiguos agravios, siguieron explotándolo con tanta codicia y ferocidad como los conquistadores, y, en algunos países, diezmándolo y exterminándolo. Digámoslo con toda claridad: desde hace dos siglos la emancipación de los indígenas es una responsabilidad exclusivamente nuestra y la hemos incumplido. Ella sigue siendo una asignatura pendiente en toda América Latina. No hay una sola excepción a este oprobio y vergüenza.

Quiero a España tanto como al Perú y mi deuda con ella es tan grande como el agradecimiento que le tengo. Si no hubiera sido por España jamás hubiera llegado a esta tribuna, ni a ser un escritor conocido, y tal vez, como tantos colegas desafortunados, andaría en el limbo de los escribidores sin suerte, sin editores, ni premios, ni lectores, cuyo talento acaso -triste consuelo- descubriría algún día la posteridad. En España se publicaron todos mis libros, recibí reconocimientos exagerados, amigos como Carlos Barral y Carmen Balcells y tantos otros se desvivieron porque mis historias tuvieran lectores. Y España me concedió una segunda nacionalidad cuando podía perder la mía. Jamás he sentido la menor incompatibilidad entre ser peruano y tener un pasaporte español porque siempre he sentido que España y el Perú son el anverso y el reverso de una misma cosa, y no sólo en mi pequeña persona, también en realidades esenciales como la historia, la lengua y la cultura.

De todos los años que he vivido en suelo español, recuerdo con fulgor los cinco que pasé en la querida Barcelona a comienzos de los años setenta. La dictadura de Franco estaba todavía en pie y aún fusilaba, pero era ya un fósil en hilachas, y, sobre todo en el campo de la cultura, incapaz de mantener los controles de antaño. Se abrían rendijas y resquicios que la censura no alcanzaba a parchar y por ellas la sociedad española absorbía nuevas ideas, libros, corrientes de pensamiento y valores y formas artísticas hasta entonces prohibidos por subversivos. Ninguna ciudad aprovechó tanto y mejor que Barcelona este comienzo de apertura ni vivió una efervescencia semejante en todos los campos de las ideas y la creación. Se convirtió en la capital cultural de España, el lugar donde había que estar para respirar el anticipo de la libertad que se vendría. Y, en cierto modo, fue también la capital cultural de América Latina por la cantidad de pintores, escritores, editores y artistas procedentes de los países latinoamericanos que allí se instalaron, o iban y venían a Barcelona, porque era donde había que estar si uno quería ser un poeta, novelista, pintor o compositor de nuestro tiempo. Para mí, aquellos fueron unos años inolvidables de compañerismo, amistad, conspiraciones y fecundo trabajo intelectual. Igual que antes París, Barcelona fue una Torre de Babel, una ciudad cosmopolita y universal, donde era estimulante vivir y trabajar, y donde, por primera vez desde los tiempos de la guerra civil, escritores españoles y latinoamericanos se mezclaron y fraternizaron, reconociéndose dueños de una misma tradición y aliados en una empresa común y una certeza: que el final de la dictadura era inminente y que en la España democrática la cultura sería la protagonista principal.

Aunque no ocurrió así exactamente, la transición española de la dictadura a la democracia ha sido una de las mejores historias de los tiempos modernos, un ejemplo de cómo, cuando la sensatez y la racionalidad prevalecen y los adversarios políticos aparcan el sectarismo en favor del bien común, pueden ocurrir hechos tan prodigiosos como los de las novelas del realismo mágico. La transición española del autoritarismo a la libertad, del subdesarrollo a la prosperidad, de una sociedad de contrastes económicos y desigualdades tercermundistas a un país de clases medias, su integración a Europa y su adopción en pocos años de una cultura democrática, ha admirado al mundo entero y disparado la modernización de España. Ha sido para mí una experiencia emocionante y aleccionadora vivirla de muy cerca y a ratos desde dentro. Ojalá que los nacionalismos, plaga incurable del mundo moderno y también de España, no estropeen esta historia feliz.

Detesto toda forma de nacionalismo, ideología -o, más bien, religión- provinciana, de corto vuelo, excluyente, que recorta el horizonte intelectual y disimula en su seno prejuicios étnicos y racistas, pues convierte en valor supremo, en privilegio moral y ontológico, la circunstancia fortuita del lugar de nacimiento. Junto con la religión, el nacionalismo ha sido la causa de las peores carnicerías de la historia, como las de las dos guerras mundiales y la sangría actual del Medio Oriente. Nada ha contribuido tanto como el nacionalismo a que América Latina se haya balcanizado, ensangrentado en insensatas contiendas y litigios y derrochado astronómicos recursos en comprar armas en vez de construir escuelas, bibliotecas y hospitales.

No hay que confundir el nacionalismo de orejeras y su rechazo del "otro", siempre semilla de violencia, con el patriotismo, sentimiento sano y generoso, de amor a la tierra donde uno vio la luz, donde vivieron sus ancestros y se forjaron los primeros sueños, paisaje familiar de geografías, seres queridos y ocurrencias que se convierten en hitos de la memoria y escudos contra la soledad. La patria no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un hogar al que podemos volver.

El Perú es para mí una Arequipa donde nací pero nunca viví, una ciudad que mi madre, mis abuelos y mis tíos me enseñaron a conocer a través de sus recuerdos y añoranzas, porque toda mi tribu familiar, como suelen hacer los arequipeños, se llevó siempre a la Ciudad Blanca con ella en su andariega existencia. Es la Piura del desierto, el algarrobo y el sufrido burrito, al que los piuranos de mi juventud llamaban "el pie ajeno" -lindo y triste apelativo-, donde descubrí que no eran las cigüeñas las que traían los bebés al mundo sino que los fabricaban las parejas haciendo unas barbaridades que eran pecado mortal. Es el Colegio San Miguel y el Teatro Variedades donde por primera vez vi subir al escenario una obrita escrita por mí. Es la esquina de Diego Ferré y Colón, en el Miraflores limeño -la llamábamos el Barrio Alegre-, donde cambié el pantalón corto por el largo, fumé mi primer cigarrillo, aprendí a bailar, a enamorar y a declararme a las chicas. Es la polvorienta y temblorosa redacción del diario La Crónica donde, a mis dieciséis años, velé mis primeras armas de periodista, oficio que, con la literatura, ha ocupado casi toda mi vida y me ha hecho, como los libros, vivir más, conocer mejor el mundo y frecuentar a gente de todas partes y de todos los registros, gente excelente, buena, mala y execrable. Es el Colegio Militar Leoncio Prado, donde aprendí que el Perú no era el pequeño reducto de clase media en el que yo había vivido hasta entonces confinado y protegido, sino un país grande, antiguo, enconado, desigual y sacudido por toda clase de tormentas sociales. Son las células clandestinas de Cahuide en las que con un puñado de sanmarquinos preparábamos la revolución mundial. Y el Perú son mis amigos y amigas del Movimiento Libertad con los que por tres años, entre las bombas, apagones y asesinatos del terrorismo, trabajamos en defensa de la democracia y la cultura de la libertad.

El Perú es Patricia, la prima de naricita respingada y carácter indomable con la que tuve la fortuna de casarme hace 45 años y que todavía soporta las manías, neurosis y rabietas que me ayudan a escribir. Sin ella mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un torbellino caótico y no hubieran nacido Álvaro, Gonzalo, Morgana ni los seis nietos que nos prolongan y alegran la existencia. Ella hace todo y todo lo hace bien. Resuelve los problemas, administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas, y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: 'Mario, para lo único que tú sirves es para escribir".

Volvamos a la literatura. El paraíso de la infancia no es para mí un mito literario sino una realidad que viví y gocé en la gran casa familiar de tres patios, en Cochabamba, donde con mis primas y compañeros de colegio podíamos reproducir las historias de Tarzán y de Salgari, y en la Prefectura de Piura, en cuyos entretechos anidaban los murciélagos, sombras silentes que llenaban de misterio las noches estrelladas de esa tierra caliente. En esos años, escribir fue jugar un juego que me celebraba la familia, una gracia que me merecía aplausos, a mí, el nieto, el sobrino, el hijo sin papá, porque mi padre había muerto y estaba en el cielo. Era un señor alto y buen mozo, de uniforme de marino, cuya foto engalanaba mi velador y a la que yo rezaba y besaba antes de dormir. Una mañana piurana, de la que todavía no creo haberme recobrado, mi madre me reveló que aquel caballero, en verdad, estaba vivo. Y que ese mismo día nos iríamos a vivir con él, a Lima. Yo tenía once años y, desde entonces, todo cambió. Perdí la inocencia y descubrí la soledad, la autoridad, la vida adulta y el miedo. Mi salvación fue leer, leer los buenos libros, refugiarme en esos mundos donde vivir era exaltante, intenso, una aventura tras otra, donde podía sentirme libre y volvía a ser feliz. Y fue escribir, a escondidas, como quien se entrega a un vicio inconfensable, a una pasión prohibida. La literatura dejó de ser un juego. Se volvió una manera de resistir la adversidad, de protestar, de rebelarme, de escapar a lo intolerable, mi razón de vivir. Desde entonces y hasta ahora, en todas las circunstancias en que me he sentido abatido o golpeado, a orillas de la desesperación, entregarme en cuerpo y alma a mi trabajo de fabulador ha sido la luz que señala la salida del túnel, la tabla de salvación que lleva al náufrago a la playa.

Aunque me cuesta mucho trabajo y me hace sudar la gota gorda, y, como todo escritor, siento a veces la amenaza de la parálisis, de la sequía de la imaginación, nada me ha hecho gozar en la vida tanto como pasarme los meses y los años construyendo una historia, desde su incierto despuntar, esa imagen que la memoria almacenó de alguna experiencia vivida, que se volvió un desasosiego, un entusiasmo, un fantaseo que germinó luego en un proyecto y en la decisión de intentar convertir esa niebla agitada de fantasmas en una historia. "Escribir es una manera de vivir", dijo Flaubert. Sí, muy cierto, una manera de vivir con ilusión y alegría y un fuego chisporroteante en la cabeza, peleando con las palabras díscolas hasta amaestrarlas, explorando el ancho mundo como un cazador en pos de presas codiciables para alimentar la ficción en ciernes y aplacar ese apetito voraz de toda historia que al crecer quisiera tragarse todas las historias. Llegar a sentir el vértigo al que nos conduce una novela en gestación, cuando toma forma y parece empezar a vivir por cuenta propia, con personajes que se mueven, actúan, piensan, sienten y exigen respeto y consideración, a los que ya no es posible imponer arbitrariamente una conducta, ni privarlos de su libre albedrío sin matarlos, sin que la historia pierda poder de persuasión, es una experiencia que me sigue hechizando como la primera vez, tan plena y vertiginosa como hacer el amor con la mujer amada días, semanas y meses, sin cesar.

Al hablar de la ficción, he hablado mucho de la novela y poco del teatro, otra de sus formas excelsas. Una gran injusticia, desde luego. El teatro fue mi primer amor, desde que, adolescente, vi en el Teatro Segura, de Lima, La muerte de un viajante, de Arthur Miller, espectáculo que me dejó traspasado de emoción y me precipitó a escribir un drama con incas. Si en la Lima de los cincuenta hubiera habido un movimiento teatral habría sido dramaturgo antes que novelista. No lo había y eso debió orientarme cada vez más hacia la narrativa. Pero mi amor por el teatro nunca cesó, dormitó acurrucado a la sombra de las novelas, como una tentación y una nostalgia, sobre todo cuando veía alguna pieza subyugante. A fines de los setenta, el recuerdo pertinaz de una tía abuela centenaria, la Mamaé, que, en los últimos años de su vida, cortó con la realidad circundante para refugiarse en los recuerdos y la ficción, me sugirió una historia. Y sentí, de manera fatídica, que aquella era una historia para el teatro, que sólo sobre un escenario cobraría la animación y el esplendor de las ficciones logradas. La escribí con el temblor excitado del principiante y gocé tanto viéndola en escena, con Norma Aleandro en el papel de la heroína, que, desde entonces, entre novela y novela, ensayo y ensayo, he reincidido varias veces. Eso sí, nunca imaginé que, a mis setenta años, me subiría (debería decir mejor me arrastraría) a un escenario a actuar. Esa temeraria aventura me hizo vivir por primera vez en carne y hueso el milagro que es, para alguien que se ha pasado la vida escribiendo ficciones, encarnar por unas horas a un personaje de la fantasía, vivir la ficción delante de un público. Nunca podré agradecer bastante a mis queridos amigos, el director Joan Ollé y la actriz Aitana Sánchez Gijón, haberme animado a compartir con ellos esa fantástica experiencia (pese al pánico que la acompañó).

La literatura es una representación falaz de la vida que, sin embargo, nos ayuda a entenderla mejor, a orientarnos por el laberinto en el que nacimos, transcurrimos y morimos. Ella nos desagravia de los reveses y frustraciones que nos inflige la vida verdadera y gracias a ella desciframos, al menos parcialmente, el jeroglífico que suele ser la existencia para la gran mayoría de los seres humanos, principalmente aquellos que alentamos más dudas que certezas, y confesamos nuestra perplejidad ante temas como la trascendencia, el destino individual y colectivo, el alma, el sentido o el sinsentido de la historia, el más acá y el más allá del conocimiento racional.

Siempre me ha fascinado imaginar aquella incierta circunstancia en que nuestros antepasados, apenas diferentes todavía del animal, recién nacido el lenguaje que les permitía comunicarse, empezaron, en las cavernas, en torno a las hogueras, en noches hirvientes de amenazas -rayos, truenos, gruñidos de las fieras-, a inventar historias y a contárselas. Aquel fue el momento crucial de nuestro destino, porque, en esas rondas de seres primitivos suspensos por la voz y la fantasía del contador, comenzó la civilización, el largo transcurrir que poco a poco nos humanizaría y nos llevaría a inventar al individuo soberano y a desgajarlo de la tribu, la ciencia, las artes, el derecho, la libertad, a escrutar las entrañas de la naturaleza, del cuerpo humano, del espacio y a viajar a las estrellas. Aquellos cuentos, fábulas, mitos, leyendas, que resonaron por primera vez como una música nueva ante auditorios intimidados por los misterios y peligros de un mundo donde todo era desconocido y peligroso, debieron ser un baño refrescante, un remanso para esos espíritus siempre en el quién vive, para los que existir quería decir apenas comer, guarecerse de los elementos, matar y fornicar. Desde que empezaron a soñar en colectividad, a compartir los sueños, incitados por los contadores de cuentos, dejaron de estar atados a la noria de la supervivencia, un remolino de quehaceres embrutecedores, y su vida se volvió sueño, goce, fantasía y un designio revolucionario: romper aquel confinamiento y cambiar y mejorar, una lucha para aplacar aquellos deseos y ambiciones que en ellos azuzaban las vidas figuradas, y la curiosidad por despejar las incógnitas de que estaba constelado su entorno.

Ese proceso nunca interrumpido se enriqueció cuando nació la escritura y las historias, además de escucharse, pudieron leerse y alcanzaron la permanencia que les confiere la literatura. Por eso, hay que repetirlo sin tregua hasta convencer de ello a las nuevas generaciones: la ficción es más que un entretenimiento, más que un ejercicio intelectual que aguza la sensibilidad y despierta el espíritu crítico. Es una necesidad imprescindible para que la civilización siga existiendo, renovándose y conservando en nosotros lo mejor de lo humano. Para que no retrocedamos a la barbarie de la incomunicación y la vida no se reduzca al pragmatismo de los especialistas que ven las cosas en profundidad pero ignoran lo que las rodea, precede y continúa. Para que no pasemos de servirnos de las máquinas que inventamos a ser sus sirvientes y esclavos. Y porque un mundo sin literatura sería un mundo sin deseos ni ideales ni desacatos, un mundo de autómatas privados de lo que hace que el ser humano sea de veras humano: la capacidad de salir de sí mismo y mudarse en otro, en otros, modelados con la arcilla de nuestros sueños.

De la caverna al rascacielos, del garrote a las armas de destrucción masiva, de la vida tautológica de la tribu a la era de la globalización, las ficciones de la literatura han multiplicado las experiencias humanas, impidiendo que hombres y mujeres sucumbamos al letargo, al ensimismamiento, a la resignación. Nada ha sembrado tanto la inquietud, removido tanto la imaginación y los deseos, como esa vida de mentiras que añadimos a la que tenemos gracias a la literatura para protagonizar las grandes aventuras, las grandes pasiones, que la vida verdadera nunca nos dará. Las mentiras de la literatura se vuelven verdades a través de nosotros, los lectores transformados, contaminados de anhelos y, por culpa de la ficción, en permanente entredicho con la mediocre realidad. Hechicería que, al ilusionarnos con tener lo que no tenemos, ser lo que no somos, acceder a esa imposible existencia donde, como dioses paganos, nos sentimos terrenales y eternos a la vez, la literatura introduce en nuestros espíritus la inconformidad y la rebeldía, que están detrás de todas las hazañas que han contribuido a disminuir la violencia en las relaciones humanas. A disminuir la violencia, no a acabar con ella. Porque la nuestra será siempre, por fortuna, una historia inconclusa. Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible.

Cortesía http://www.elpais.com/articulo/cultura/Elogio/lectura/ficcion/elpepicul/20101208elpepicul_2/Tes
Publicado en RazonEs de Ser

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